martes, 23 de noviembre de 2010

Hoy no pasa nada

Solo que he dormido hasta las 5 y media y como no aguanto despierto en la cama, y empiezo a dar vueltas, pues me he levantado.
Es fijo. Si me acuesto antes de las 12 me despierto antes de las 6. ¡No tengo remedio!
Y cacharreando entre pantallas, bloguerías y otras historias, se me presenta de nuevo mi madre, con la que comparto muchas cosas de mi vida. Porque, ¿quién no le hace confidencias a una madre cercana y amante?
Pues así es.
Mami, te echo de menos, especialmente los viernes, cuando llego del Instituto, sin el apuro de saber que me estáis esperando para comer. Vuelvo por la carretera de Toledo y te imagino sentada en el sillón tomándote tu cervecita con limón y unas almendras o unas aceitunas, mientras Carmen y yo llegamos a casa.
Mami, te tengo presente en el gobierno del Instituto, haciendo lo que me has enseñado: currar mucho, esperar y tener paciencia, porque la fruta madura cae a su tiempo y por mucho que la desees no la adelantas; solo puedes estropearla y resultar todo ácido o amargo. Prefiero lo ácido, que significa solo impaciencia. Lo amargo, no... La bilis solo para digerir grasas. como el detergente, no para condimentar con ella la vida.
Mami, fui al cementerio con Ana y todavía estaban todas las coronas encima de la lápida. ¡Qué impresión! No había ido desde que dejamos allí tu querido cuerpo y la sensación que tuve fue de escarbar en los posos del tiempo; sensación de secarral, tú que estás florecida, y encima solo restos del naufragio. ¡Qué ironía de esta vida!
Ya está escrito tu nombre en la lápida junto al de Mariano y al de papá, José María.
Lo que hace la letra impresa: queda fijo, perdurable en la memoria.
Y como decia el poeta, en su Viaje definitivo:
¡Y yo me iré! Y se quedarán los pájaros cantando.
Quiero, pues, trinar para ti, y seguiré haciéndolo hasta que yo también me vaya.
Espero que nunca se acaben los cantos de los pájaros, que me valen todos, excepto los graznidos.