No sabemos cómo fue el accidente porque iba por delante de su hijo Pablo y no tenemos ningún testigo de lo ocurrido. Cuando llegó Pablo varias personas estaban atendiéndole. Llamó inmediatamente a su madre y al ver que ya se hacían cargo de él las personas que se habían parado siguieron su camino.
A Maite, en el desenlace de la muerte de su marido Paco, la he visto cómo a la Virgen de la Soledad, a los pies de la Cruz, dum pendebat filium, mientras estaba colgado su hijo. Así la he visto yo, mientras su marido estaba atado al respirador y a las otras máquinas, en una posición que era la del crucificado. Han apurado ambos el cáliz hasta la última gota.
Y como la de Maite, otra imagen que se graba en mi memoria es la de su anciana madre, Menchu, en su silla de ruedas, desmadejada, sin musitar palabra.
A vosotras, transidas de dolor, ambas como la Virgen de las tocas moradas, dejadme dedicaros las palabras que escribió el poeta de las grandes ocasiones:
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.Déjame que te restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Deja que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.Qué lejos, Madre, la cuna
y tus gozos de Belén:
- No, mi Niño. No, no hay quien
de mis brazos te desuna.
Y rayos tibios de luna
entre las pajas de miel
le acariciaban la piel
sin despertarle. Qué larga
es la distancia y qué amarga
de Jesús muerto a Emmanuel.¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel
desde el marco del dintel
te saludó: -Ave, María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa.
A ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.Gerardo Diego