sábado, 27 de marzo de 2010

Viernes de Dolores

La verdad es que un golpe brutal nos ha situado en un entorno novedoso.
Carmenchu ayer se cayó de bruces, rebotó sobre una barandilla, se giró y cayó de espaldas; se ha roto la vértebra D10 y la médula ha quedado seriamente comprometida, vamos, que se queda paralítica de cintura para abajo.
Pero, la verdad es que mi madre nos sigue educando, nos sigue dando lecciones magistrales de humanidad, de presencia de ánimo, de ser de una pasta creemos, sin pasión de hijos, especial, excepcional.
Porque un golpe brutal le ha roto la espalda a mi madre, una baldosa mal puesta, un tropezón, nos la ha dejado postrada en la cama, con dolores sin cuento, pero sin un ay, sin una queja.
Sus nueve hijos estamos anonadados, seguimos los acontecimientos con enorme ansiedad, y tiene ella una palabra para cada uno de nosotros, una sonrisa abierta, a veces trastocada en rictus de dolor, pero ya se pasa, hijo, un decir ¡qué patosa soy!, repetir que ¡cuánta lata os doy! Y sigue desde la cama, postrada, gobernando los afectos de todo un universo.
Porque, ¿quién la ha conocido y no se ha sentido cautivado por su orgullo de madre bien parida, quién en su cercanía no ha gustado su seno, entrenado para acoger a cuantos a ella se han acercado, su cercanía silenciosa, más elocuente que todas las palabras juntas de todos los grandes decidores que a su alrededor han compuesto bellas sinfonías de palabras. Sí, su elocuencia es una sonrisa callada, una mirada limpia, un cloqueo de gallina clueca, un rosario de nietos y biznietos, una alabanza de su boca, un no quejarse ante nada y una tozudez navarra que la hace fuerte contra el que las ondas rebotan y se alejan, sea cual sea su origen o procedencia.
Mi madre es un baluarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario