domingo, 9 de mayo de 2010

¿Todo ha concluido?

Cada uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios...
Bueno, pues me retracto y voy a volver a escribir. Voy a contaros las exequias de mi madre, porque el Señor se hizo presente, apareció en medio de nuestra asamblea y de nuestra familia, nos unió, nos consoló íntimamente y celebramos no la muerte de mi madre, sino su victoria sobre la muerte.
A las 11 de la mañana del viernes 7 de mayo contratamos los servicios funerarios: elegimos un ataúd con cristal para que pudiéramos velarla tranquilamente y Pascual, párroco de la parroquia de Nuestra Señora del Tránsito de Madrid acogió a su feligresa en el salón rojo, que está presidido por un mural del Tránsito de la Virgen.
Después de preparar el cadáver de mi madre con la túnica que recibió cuando renovó el Bautismo, que representa la nueva creación, llegó al Tránsito y fue instalada la capilla ardiente. Eso ocurrió sobre las 3 de la tarde.
A partir de este momento, acudieron muchísimas personas a acompañarnos y acompañarla, que agradecemos vivísimamente.
Algunas personas, que no podían estar con nosotros, estuvieron muy presentes: en primer lugar, nuestra querida tía Carminín, hermana de mi padre José Mari, que desde Denver estaba viviendo estos momentos con nosotros, con la mayor congoja que da la lejanía por muy cerca que te sintiéramos; Silvia, en Perú, que no encontró billete para venir, pero que sabes que tienes aquí en España hermanos, que para eso te prohijaron mis padres (que sepas que Carmenchu te nombró muchas veces); su ahijada Sor Maria Paula de San Pablo, que desde el convento cisterciense de Maria Hjerte, en Dinamarca, me ha mandado una carta que no tuve ocasión de leérsela, pero que seguro que ella sí la ha leído desde el cielo; mi hermano el P. Ángel Iglesias, que ha tratado de comunicarse conmigo varias veces desde Tanzania; la décima, Minuca, que te escapaste de tu ciclo y llegaste a despedirla desde tu hospital cuando ya lo habías hecho desde el suyo, y otra décima, Laura, desde Porto San Giorgio, que sé que has estado siguiendo la evolución de mi madre y que también es un poco tuya y tantos de vosotros desde todos los puntos cardinales, de todos los rincones del mundo, que me siento ensanchado, universalmente ensanchado, como decía Rabindranath Tagore: "Me voy a todas partes".

Rezamos Vísperas por la tarde, presididas por mi hermano Antonio. Fue impactante la Salve que cantó Luis Ángel, con voz quebrada, pero con una fuerza que penetraba en lo hondo y traspasaba el alma .
Por fin, a las 20:30 h, nuestras amplias familias, nuestros amigos y compañeros, nuestros hermanos de comunidad, los miembros de comunidades a quienes mis padres evangelizaron por España y por el Mundo, constituimos una enorme  asamblea, que no cabía en la Iglesia, presidida por el obispo auxiliar de Getafe, D. Rafael Zornoza, con quien concelebraron en primer lugar mi hermano Antonio y numerosos presbíteros.
La celebración fue un gran consuelo para todos nosotros.
Al principio, mientras Ana Chéliz cantaba "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí", ingresó en la iglesia el féretro descubierto, a hombros de mis hermanos, que fue un momento de intensa emoción.
Habíamos elegido tres lecturas para la proclamación de la Palabra: la primera fue de los Hechos de los Apóstoles, que era el kerigma que había testimoniado Pedro con ocasión de la curación de un paralítico, como mi madre, que ya curada de sus sufrimientos, puede proclamar con toda la Iglesia que Cristo está resucitado y es Señor de vivos y muertos. La segunda lectura es el fragmento de la carta de San Pablo a Tito en el que confiesa que ha combatido su combate, ha alcanzado la meta, ha mantenido la fe. Y el evangelio proclamado fue un fragmento de San Juan en el que Jesús explica que no hay mayor amor que dar la vida.
La homilia de mi hermano Antonio empezó diciéndonos que estaba contento, que era el único funeral en el que podía decir que estaba contento y no tenía que salir corriendo, porque era el de su madre. Y explicó la razón de su contento: que mi madre, por fin, ha vencido, está resucitada y nosotros profundamente consolados primero por cómo aceptó nuestra madre su muerte y segundo con qué ternura y con qué paz nos despidió a cada uno. No sólo es que ya haya dejado de sufrir, que lo hizo y mucho; es que nos ha dejado un enorme consuelo su aceptación de este misterio que es la Vida y ha entrado en ella con los dos pies, caminando por las alturas.
Al concluir la celebración, fueron los nietos mayores quienes cargaron con mi madre y la devolvieron, en medio de una cálida y prolongada ovación, devolvieron su cuerpo inerte al salón en donde estaba la capilla ardiente.

Estuvimos acompañándolo durante toda la noche. En cada turno de vela siempre estábamos alguno de  nosotros. Yo estuve desde las 2 a las 4:30 de la madrugada. Fue un rato íntimo, cercano, compartiéndolo con algunos hermanos. Rezamos el oficio de lectura. Y estuve contemplando largamente dos cosas: que los despojos que allí yacían habían sido la matriz en donde yo fui concebido y de donde yo había recibido la vida; y que el espíritu que aleteaba era el que me había rescatado de tantas muertes y me ensanchaba a la  Vida.
Agradezco y agradecí la cercanía y el cariño que nos brindaron las personas que nos acompañaron. Quiero nombrar especialmente a Román y Justa, que estuvieron allí, callados, en silencio, y que me consolaron tanto que su recuerdo me produce de nuevo un llanto agradecido.

Hay mil detalles, mil sensaciones, emotividad a raudales... A mí me impactó que mi hermano Javier pidiera una guitarra y entonara "Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante", que se la cantara al oído, como postrer y delicado regalo; me impactó percibir el sentimiento de orfandad de todos nosotros, en especial el silencioso gemido de mi hermana Ana Mari, que revivía en la carne de su madre y la mía, también la agonía de su marido Mariano, porque cuando nos despedíamos de ella, cumplíamos el decimoséptimo aniversario de su muerte; las lágrimas y sollozos de todos los hermanos...
Me impactó también la corona de coronas de flores que envolvió el féretro de mi madre, que os agradezco profundamente. Para mí fue especial la que le enviaron mis compañeros de Instituto, la Comunidad Educativa del IES Jimena Menéndez Pidal, porque me sentí comunidad educativa.
Es interminable...

A la mañana siguiente, a las 11 de la mañana, presididos por José María Navalpotro rezamos Laudes.
De nuevo la cercanía, el cariño y el arropamiento que sentimos de parte de la Iglesia, que despedía a una de sus hijas con un amor y una dulzura que traspasa el alma... Dijo que había hecho una homilía desastrosa... No es cierto. Nos edificó. Además, sus lágrimas, las que yo no vi porque estaba peleando con las mías, fueron de lo más elocuente.

¡Qué rápido se pasa el tiempo, cuando no quieres que vuele! ¡Y cómo se enquista, se solidifica y se hacen largas las horas cuando deseas que vuele!
A las dos de la tarde, se inició la comitiva hacia el cementerio de Santa Ana, en Colmenar Viejo. Un enorme gentío estaba esperándonos. Llegamos a las tres menos veinte y se formó desde la puerta del Cementerio una comitiva. Abría esta comitiva la Cruz; detrás nuestros hijos e hijas llevaron las flores; tras ellos cargamos a hombros el féretro de Carmenchu, y detrás Antonio revestido con nuestras hermanas y el resto de los nietos, su hermana Ana Mari, mis tíos y primos y demás familia y nuestros amigos y compañeros.
Ante la fosa abierta cantamos el Credo. Con inusitada fuerza resonó "Resucitó de entre los muertos" y también "Creo en la Resurrección de la Carne y en la Vida Eterna".
La misma mano que abrió el ramo de Paloma de donde se extrajeron las dos rosas blancas para que llegaran volando a mi madre en el hospital, ahora, de esa mano, también recibimos cada hijo una rosa roja que te lanzamos y que proclaman que te queremos.

Y por la noche, ya enterrada nuestra madre, nos reunimos todos los hermanos en casa de Javier y brindamos por ella con la bebida que más le gustaba, una copa de champagne: ¡LeHaim! (que es un brindis hebreo, ¡Por la Vida!).

2 comentarios:

  1. Que maravilla la vida de los santos!Mi deseo mas profundo de Hoy es zambullirme de esta Santidad.No se puede pedir más Dayenú!!
    Doy gracias a Dios por haberme permitido conocerte Carmenchu y formar parte de tu familia.Enhorabuena a todos, tenemos abiertas las Puertas del Cielo con vuestros padres allí y tantos otros. Espero la Vida así, como la de Carmenchu.La Paz

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  2. Chema: de nuevo entro en el blog para acompañaros en todos los momentos, y quiero decirte que todo el proceso de tu madre, narrado por vosotros, ha sido también un testimonio de lucha y triunfo para mi. Muchas gracias por todo.
    Besos
    Lupe y Javier

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