domingo, 25 de abril de 2010

La luna

La luna con su polisón de nácar inunda de plata la estancia.
La noche con su profundidad de nada nos envuelve, a ti y a mí, con su procelosa magia.
La sombras se alargan, se expanden; los sonidos amenazan.

Me arrullan tus ronquidos, tu dormir entrecortado, enmarcado en un ritmo arrítmico, piii, piii, piii, piii, silencio, pi, pi, pi, rápido, pipipi, más rápido, me levanto, te mueves, te agitas, pii, pii, pii, vuelve tu ronquido regular, piii, piii, piii,
¡Qué largas son las horas!
Me vuelvo a sentar y sigo mirándote entre palabra y palabra.
Piii, piii, piii. Silencio.

Entre la una y las tres has estado muy agitada.
Durante toda la noche no has dicho nada.
Has estado peleando contra gigantes, que eran molinos de viento. Un viento que insufla tus pulmones trece veces por minuto, trece saturaciones peleadas, con tu boca abierta al aire porque, sola, sin ayuda, no lo alcanzas.
Llega la aurora. Y yo me voy y tú te quedas.
Quiero que se venga conmigo la dama del alba.
Y que se quede contigo el semblante de la mañana.
Y así, al despertar, sáciate de la luz que disipa la luz reflejada.


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